Así fue como un día se plantó. Evidentemente, tenía bien claro cuál era su deseo. Frente a esa respuesta, no tuve más remedio que sentarme a pensar… ¿dónde había quedado mi bebé?
Alrededor de los 24 meses, los niños pequeños atraviesan una serie de modificaciones a nivel neurológico y emocional que llevan a que su conducta pueda “alterarse” un poco. Claro, van dejando de ser bebés, van incorporando cada vez más palabras a su lenguaje y pueden expresar mejor lo que quieren y lo que sienten. Lo que desean y, también, lo que no.
“Entre los 20 y los 30 meses, el niño comienza a desprenderse de la fusión emocional con su madre y a construir su propio yo”, asegura Laura Gutman, psicoteraputa familiar especializada en la atención de niños pequeños, en su libro La maternidad y el encuentro con la propia sombra. Según ella, este camino recién va a terminar en la adolescencia y será el inicio de una concepción del niño de sí mismo como un ser apartado de los demás.
Sonsoles Romero, psicóloga clínica española especializada en crianza y maternidad y creadora del blog Respetar para Educar, cuenta que “a los 24 meses ocurren cambios madurativos como parte del proceso de crecer. En ese momento, el lenguaje va ganando en complejidad, se inicia la percepción de uno mismo como separado del entorno, se define la autoafirmación del yo, pueden comenzar el control de esfínteres (que no significa que los controlen sino que empiezan a darse cuenta de que se hacen pis y poco a poco se van anticipando y descubriendo las ganas de hacerlo), nace el deseo de independencia, de hacer cosas por sí mismos… Pero todo esto es parte de un proceso, no una cuestión rígida”. Muchos niños experimentan saltos evolutivos en diferentes edades, pero la media suelen ser los dos años. “Si estamos atentos, podremos observar esos saltos en períodos de intensos cambios separados por unas semanas entre sí”, agrega.
La necesidad de reafirmar sus sentimientos y sus deseos, de “hacerse oír”, los lleva en muchas ocasiones a “rebelarse”. Y en el devenir de este camino pueden aparecer algunas frustraciones y los consiguientes “enojos”.
Con respecto a estos episodios, Sonsoles dice que “en líneas generales la irritabilidad suele darse cuando hay frustración, la que puede tener diferentes causas, desde un estilo educativo excesivamente autoritario que ahoga las necesidades del niño, hasta un problema de comunicación inherente a esta etapa del desarrollo”. Esto se debe a que el niño entiende mucho más de lo que sabe expresar y llega a frustrarse cuando no consigue hacerse entender por sus figuras de apego. Pero, como cualquier otro en cualquier edad, también se irritan cuando tienen sueño, hambre o malestar físico. No queda más que satisfacerlos y entenderlos.
“Mi recomendación ante cualquier conflicto con un niño es la empatía. Ponerse en su lugar, tratar de saber cómo se siente, validar su emoción, consolar, atender su necesidad afectiva. Eso debe ser lo primero –explica la especialista-. Un niño que tiene un berrinche está expresando un malestar que no encuentra otra salida. No disponen de habilidades para comunicar las emociones de forma constructiva y éstas los desbordan. No podemos pedir que los niños se controlen cuando ni siquiera nosotros sabemos controlarnos en tantas ocasiones. Acompañar afectivamente, comprender al niño y la situación, mantener la calma y controlar nuestras reacciones son algunas claves para no empeorar las cosas.”
Por otro lado, la agresividad en un niño es un síntoma de un malestar interior más profundo que debe ser analizado y tratado. “No es lo mismo tirar algo al suelo en un berrinche que pegar a otros niños de manera indiscriminada. El primer caso es normal y producto de la frustración de la que son presa por los motivos mencionados, pero el segundo caso es un problema para el niño que debe ser tenido en cuenta, analizado con detenimiento para poder solucionarlo y que no obedece a una causa concreta puntual, sino a un conjunto de situaciones y vivencias que el niño está padeciendo”, finaliza.
El momento de los “chau”
¿Pero todas las presiones vienen desde adentro de los niños o hay, desde el exterior, estereotipos de conductas que nos suelen “aconsejar” son necesarios empezar a respetar en esta etapa del crecimiento?
Supuestamente, los dos años marcan el momento en el que hay que ir abandonando ciertos hábitos adquiridos. Aquellos que usan chupete deberán dejarlo, aquellos que duerman en cuna podrán pasar a una cama, los que toman mamadera empezarán con el vasito, habrá que caminar más y más tiempo, ¡hasta la teta empieza a ser “mal vista” en un niño mayor de 24 meses! ¿No será demasiado?
Si somos honestos, nos damos cuenta de que en realidad son muchas las exigencias externas que este primer gran pasaje (segundo, en realidad, luego del nacimiento) tiene para ellos y que es completamente lógico que empiecen a “rebelarse”.
Por eso, la recomendación de Sonsoles es “estar presentes, acompañar al niño en su evolución, dar amor, comprensión y afecto.” Procurarle actividades en las que puedan experimentar con seguridad, descargar energía y descubrir el mundo también es un buen consejo para esta edad. Y, sobre todo “ser conscientes de que están aprendiendo, de que son seres sin maldad, auténticos y que aún no razonan, SIENTEN”.
Y bueno... ese día Toto no se bañó.
Y bueno... ese día Toto no se bañó.